La propagación de la COVID-19 nos recordó nuestras limitaciones y vulnerabilidad, y la realidad perdurable de la enfermedad y la muerte. Muchos de nosotros ya estábamos en contacto con estas realidades, conviviendo con ellas a diario: personas con enfermedades crónicas y terminales, con sistemas inmunológicos debilitados, con discapacidades físicas y mentales. Pero la pandemia enfrentó a todos con el hecho de que cada ser humano existe en una escala de enfermedad o, como ha escrito el filósofo Alasdair MacIntyre, en una “escala de discapacidad”. La emergencia de salud pública llevó a las autoridades civiles a limitar las reuniones en persona y decretar otros requisitos. Las diócesis, a su vez, limitaron la celebración del culto público.
¿Cómo podría contribuir la experiencia de la pandemia a nuestra comprensión del poder transformador de la liturgia? ¿Cómo podría ese tiempo revelar, en primer lugar, la relación de los enfermos y los moribundos con la liturgia y, en segundo lugar, cómo nos hace el Señor un pueblo que cuida de los enfermos y los moribundos a través de la liturgia?
Teología
El pleno significado de la enfermedad y la muerte, así como el cuidado de la Iglesia por los enfermos y moribundos, residen en la persona de Jesucristo. Él mismo abrazó libremente el sufrimiento y la muerte, se identificó con los enfermos y moribundos y tuvo compasión de ellos. La curación de los enfermos y moribundos se encuentran entre los primeros milagros de Cristo (Mc 1, 29-31; 5, 41-42). Habiendo oído hablar del poder sanador del Señor, la gente le trae enfermos y moribundos o intercede ante él por ellos (Mc 1, 32-34; Mc 5, 22-23). Este aspecto de la obra de Cristo es tan central que san Mateo lo incluye junto con la enseñanza y la predicación en sus declaraciones sumarias del ministerio de Cristo (4, 23; 9, 35). Cristo confía el cuidado de los enfermos y los moribundos a sus apóstoles, y después de su resurrección, señala que la curación de los enfermos es un signo que acompañará a quienes creen en él (Mt 10, 1, Mc 6, 13, Lc 9, 1-2; Mc 16, 18). En definitiva, Cristo se identifica con los enfermos hasta tal punto que se convierten en su presencia en el mundo: “Estuve enfermo y me visitaron” (Mt 25, 36). Este cuidado de los enfermos continúa en la Iglesia primitiva (Hch 5, 15-16; St 5, 14-15).
Liturgia
¿Cómo se relacionan los enfermos y moribundos con la liturgia?
Los enfermos y moribundos son miembros de la Iglesia celebrante cuya persona y ofrenda son iguales en dignidad a los que están sanos. No son meros receptores del cuidado de la Iglesia, sino miembros activos del Cuerpo Místico de Cristo. Por esta razón, la Iglesia siempre ha estado deseosa de visitar a los enfermos y moribundos y orar con ellos y, cuando están ausentes de la celebración de la Eucaristía, de llevarles la Sagrada Comunión (cfr. San Justino Mártir, Primera apología, nn. 65, 67). Hoy en día, la Iglesia también prevé que la Eucaristía se celebre en los hogares de los enfermos (Código de Derecho Canónico, can. 932 §1; Normas para la distribución y recepción de la Sagrada Comunión bajo dos especies en las diócesis de los Estados Unidos de América, n. 54; Cuidado pastoral de los enfermos: Ritos de la Unción y del Viático, n. 77). A través de la participación en la Eucaristía, los enfermos no sólo ofrecen un sacrificio al Señor, sino que también pueden recibir “la salvación de cuerpo y alma” (Solemnidad de la Santísima Trinidad, Oración después de la Comunión). En la Misa “Por los enfermos”, la Iglesia pide al Señor que conceda salud a los enfermos para que puedan ser restituidos a la celebración eucarística y “ofrecerte su acción de gracias en tu Iglesia” (Misal Romano, Misas por varias necesidades y para diversas circunstancias, n. 45, Oración colecta).
¿Cómo expresa y representa la liturgia el cuidado de los enfermos y moribundos?
La Eucaristía es la acción por la cual los enfermos y moribundos se vuelven uno con el amor oblativo de Cristo y se vuelven capaces de un sufrimiento y una muerte como la suya. El cuidado sacramental de la Iglesia por los enfermos y moribundos mana de la liturgia y está dirigido hacia la liturgia, cuyo corazón es la Eucaristía. En la Plegaria eucarística, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se lleva a los enfermos como Comunión y a los moribundos como Viático. En la Misa crismal, tradicionalmente se realiza la bendición del óleo de los enfermos al final de la Plegaria eucarística. El contexto único de esta bendición subraya el hecho de que la Eucaristía es la fuente del cuidado de la Iglesia por los enfermos.
Además, los enfermos y los moribundos deben ser incluidos con frecuencia en las peticiones de la Oración universal (cfr. Institución general del Misal Romano, n. 70c). Durante las Intercesiones solemnes del Viernes Santo, la Iglesia pide al Señor que conceda “salud a los enfermos y la salvación a los moribundos” (intención X).
Finalmente, de vez en cuando la Iglesia celebra Misas especiales por varias necesidades y para diversas circunstancias, tres de las cuales en el Misal Romano se refieren a los enfermos y los moribundos:
- “Por los enfermos” (n. 45)
- “Por los moribundos” (n. 46)
- “Para pedir la gracia de una buena muerte” (n. 47)
Acción
El tiempo extraordinario de la pandemia de COVID-19 llevó a la Iglesia a vivir su vida de maneras nuevas. Al no poder visitar a los enfermos en persona, muchas parroquias comenzaron a comunicarse por teléfono. Las celebraciones litúrgicas transmitidas por las redes sociales se hicieron más comunes. Es importante que las comunidades reflexionen sobre estas prácticas ahora que la vida litúrgica ha vuelto a la normalidad. Es posible que algunas hayan desaparecido o se hayan reducido, pero deberían conservarse. Otras pueden haber sido continuadas indebidamente y deberían ser reevaluadas.
En su Carta apostólica sobre la formación litúrgica, Desiderio desideravi, el Papa Francisco señala que transmitir liturgias por las redes sociales “no siempre es oportuno” y “deberíamos reflexionar” al respecto (n. 54). Si bien las personas confinadas en sus hogares tienen ahora por estas redes un mayor acceso a las liturgias, este acceso no puede reemplazar el cuidado personal de la Iglesia por los enfermos y los moribundos. Las liturgias transmitidas en vivo no deben disminuir el afán de la Iglesia por visitar a los enfermos y orar en persona con ellos, llevarles la Comunión, proporcionar transporte a quienes lo necesitan o hacer que los lugares de culto sean espacios accesibles y acogedores para quienes están enfermos, son ancianos o están discapacitados. Externalizar el cuidado de los enfermos a tecnologías como YouTube, Twitch o Facebook Live sería ignorar el ejemplo y el mandato de Cristo: “Estuve enfermo y me visitaron” (Mt 25, 36, cursiva añadida). El culto en una comunidad de personas encarnadas es derecho y deber de todo miembro del pueblo cristiano, esté sano o enfermo (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 14); ningún cristiano debe verse privado de congregarse dos o tres (Mt 18, 20).
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